marzo 30, 2012

Malvinas



Compartimos dos  notas que nos permiten (y nos obligan) discutir Malvinas, a pocos días de cumplirse los 30 años de la guerra: esta de nuestro amigo Martín Rodríguez, y esta otra, de Verónica Tozzi, del Pingüino de Minerva.

Cruces

Foto: Wind Creatures

Algunos de nosotros, historiadores profesionales, muchos surgidos en Puán 480, nos hemos empezado a hacer algunas preguntas sobre los supuestos en los que descansan nuestras prácticas. Sobre la institución que ha dejado sus huellas en nosotros.

La formación académica nos obligó a someter nuestras presunciones al rigor del método. A manejar un adecuado aparato de referencias bibliográficas. A encadenar el vuelo de la teoría al ancla de las fuentes. A prevenirnos contra los anacronismos. A no arrojarnos hacia las conclusiones. A que el ensayismo es anatema.

Se nos enseñó que desmitificar es empezar a conocer. Que la distancia y el desapego revelan, mientras que la cercanía y el involucramiento obturan.

Esas marcas ya son nuestras.


Sabemos del cuidado que debemos tener ante los enunciados demasiado asertivos. De la importancia del matiz. De la divinidad que habita en los detalles.


Aprendimos a desconfiar de toda explicación simple y directa. A reconocer la distancia entre la infinita filigrana del mundo y la pobre parcela que recorta nuestra mirada.

Que el tajo de una afirmación categórica corta y deshace la trama de las cosas, dejándonos sólo con la engañosa sencillez de sus hilos.

Sabemos que el mapa no es el territorio, y que un cuadro no es una pipa.


Todo esto lo sabemos bien. Y sin embargo... 

Desconfiábamos de la asepsia valorativa de la historia “académica”, y de la nulidad cognoscitiva de la “militante”. Percibíamos la politicidad de la primera y la capacidad de penetración de la segunda.

Si esto ya era así, en estos días, este tiempo que nos ha tocado, estos años que encrespan ánimos y alegran corazones, hemos revisado con más atención el equipaje con el que contamos.

El kirchnerismo ha sido para muchos, entre tantas cosas, una forma de plantearnos preguntas sobre lo que hacemos. Sobre qué quiere decir exactamente ser historiadores.

Hemos estado tentados, aún más que antes, a cruzar lo que se nos llamaba a separar. A pensar históricamente la política, y políticamente la historia.


Pero esto no quiere decir que se trata de renegar de lo aprendido. ¿Queremos, podemos, desembarazarnos de esas marcas? ¿Dejar caer el ropaje del académico para sencillamente vestirnos de otra cosa? ¿Cuánto de nosotros se iría con ese atuendo?

Quizás la pregunta sea más sencilla, y a la vez más incómoda. Quizás debamos preguntarnos qué de la historia “profesional” queremos seguir manteniendo, y qué nos incomoda. Qué nos atrae de los historiadores que han quedado expulsados del cielo de la disciplina, y qué nos sigue pareciendo irremediablemente lejano y ajeno.

Quizás tengamos que plantearnos un "esto de la academia sí, esto de la academia no".

¿Es el rigor, el método, lo que debemos y queremos preservar? ¿La precisión de los términos, el lenguaje estricto, los conceptos afinados? ¿Es la distancia prudente entre lo que queremos decir y lo que podemos comprobar? ¿Es el respeto debido a la inagotable complejidad de los problemas, el rechazo a las simplificaciones?

¿Nos molesta la aridez de su escritura, su incapacidad para ser accesibles a lecturas que no estén iniciadas en los códigos de la disciplina? ¿La facilidad con la que el reconocimiento de la inabarcabilidad última del mundo funciona como excusa para negarse a afirmar nada sobre él? ¿El grado en el que el obligatorio andamiaje bibliográfico obtura las posibilidades creativas de la imaginación?


¿Nos atrae la soltura de palabra, la libertad de enunciación, la elegancia del lenguaje desprovisto del lastre que impone el canon académico? ¿Nos seduce la osadía de sus aseveraciones? ¿Su facilidad para hacerse carne en sus lectores?


¿O lo que nos molesta es la forma en la que el registro académico diluye lo político? ¿El grado en que lo escamotea, lo niega, y a la vez lo actúa? ¿Queremos poner el cuerpo donde las reglas nos exigen que debemos correrlo? ¿Pensamos acaso que la cercanía también habilita, que la distancia también oculta?


De esto queremos hablar.